En los tiempos que corren de capitalismo consumista y globalizador, en el que todo tiene un precio, y del “sálvese quien pueda” exacerbado, el cine se ha convertido en una de las pocas grietas dentro del sistema por la cual hacernos llegar la voz de los más desfavorecidos, de los olvidados. De vez en cuando aparecen algunas películas en la cartelera, que compitiendo con las grandes producciones (grandes difusoras de la cultura dominante), logran hacerse un hueco en el tiempo de ocio de muchos de nosotros contándonos las atrocidades que les pasan en este mismo planeta a seres humanos como nosotros. Las tortugas también vuelan es un caso de ellos, que gracias a la obtención de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián del 2004 tuvo una notable distribución que nos permitió sumergirnos en el día a día de un grupo de niños de un pueblo de refugiados kurdos, situado en la frontera entre Iraq y Turquía.
El pueblo kurdo ha sido separado y perseguido durante gran parte de su historia. Pueblo al que pertenecen la mayoría de los actores e integrantes técnicos de Las tortugas también vuelan, incluido su director Bahman Ghobadi, que dos semanas después del comienzo de la invasión de Estados Unidos contra Iraq se decidió a realizar una película contra la guerra. Ghobadi se trasladó al pueblo en cuestión para vivir con los niños y sentirse más cerca de ellos. Intentando reconstruir en hora y media las experiencias que ellos habían pasado, ya que suelen ser los más indefensos en estos momentos. Niños que caminan sobre un suelo plagado de minas antipersona y que se ganan la vida recogiéndolas, con el gran riesgo que ello conlleva. Satélite es el mayor de todos, erigiéndose como el responsable y líder de estos, funcionando como hilo conductor para hacernos conocer el resto de personajes. La otra ocupación de Satélite es la de instalar las antenas por las cuales se recibe la única información que llega al pueblo sobre la guerra que se avecina (Las tortugas también vuelan está ambientada en los días previos a la invasión norteamericana). Información procedente de cadenas occidentales y en idiomas que solo algunos del pueblo saben chapurrear, dejando la impresión de que nosotros, que estamos tan lejos del lugar del conflicto, tenemos mayor conocimiento de los acontecimientos que suceden allí que los propios afectados.
Tal vez resulten escasos 95 minutos para contar todas las barbaridades que han pasado niños y niñas como los de Las tortugas también vuelan. La historia de cada uno queda algo aglomerada con la de los demás. Pero en los tiempos que corren una película que filma bajo la mirada de los niños más desamparados es una oportunidad para hacernos bajar de la nube de superficialidad y trivialidad al que nos mantiene acostumbrados el cine contemporáneo.
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