viernes, 21 de diciembre de 2012

La guerra de Louis Malle.

Se echa de menos a directores tan humanistas, poéticos y honestos como Louis Malle. Malle era un director que siempre trataba con respeto al espectador, no intentaba engañarle con trampas ridículas o absurdos giros de guión, simplemente colocaba la cámara y contaba una historia coherente, con principio, nudo y desenlace. 


A mí ya me asombró con las excelentes Atlantic City, Herida, Vania en la Calle 42 y Ascensor para el Cadalso. Malle no era un director de vanguardia, no fue de esos estirados que renunciaron al sistema americano... Y hay que admitir que sus mejores obras las rodó allí... Pero no, su ''opus magna'' la parió en su país natal.

''Adiós, Muchachos'' cuenta la historia de Julien y Bonnet dos niños que se conocen en un internado católico durante la ocupación nazi en Francia. Conforme avanza la película vemos una evolución en la relación entre estos dos chicos, y observamos como Malle va contando extraordinariamente una historia emotiva, sensible (que no sensiblera) y de amistad verdadera. El director subraya durante toda la película los conceptos que implica la amistad: fidelidad, camaradería, honestidad... Y toca otros temas escabrosos que conciernen a la iglesia (pedofilia), pero de una forma tan sutil que verdaderamente te hace pensar en lo genial que era este señor.

Los chavales protagonistas están perfectos, pocas veces unos niños me han trasmitido tanto en una película (la mayoría suelen producirme vergüenza ajena). Y los secundarios cumplen con creces. Como curiosidad hay que decir que la historia que cuenta Malle, es autobiográfica, lo que me pone aún más los pelos de punta.

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martes, 11 de diciembre de 2012

Buñuel VS Alta burguesía.

He de reconocerme como un gran admirador del cineasta nacido en Calanda, provincia de Teruel, Luis Buñuel. Don Luis perteneció a esa época espléndida y creativa de principios del siglo XX que surgíó en nuestro país de gran reconocimiento con figuras como Lorca o Dalí, amigos de juventud de Buñuel, que por culpa de la guerra se desvaneció, o como en el caso de Buñuel, tuvieron que emigrar y entregar su arte y virtud a otros estados, ¿os suena esta historia,verdad?. 


Casi tanto como una película me parece un gran estudio social del comportamiento humano por parte del señor Buñuel. Es una obra mordaz, sátira de la burguesía, de su pretendida corrección, su adoctrinamiento, gran etiqueta y saber estar. Una burda crítica de cómo la degradación de su comportamiento puede manifestarse tarde o temprano como cualquier "no burgués" en momentos de hambre, cansancio, incomprensión y desánimo, una auténtica bofetada.

Todo es misterio puro. A medida que transcurre la película comprendes menos el por qué de lo que está pasando. Pero da igual, no necesita explicación. La explicación reside en la casa y en el comportamiento de los diversos protagonistas. Ese es el ingrediente principal del menú.

Hay algunas interpretaciones de ciertos actores que me parecen un poco exageradas. También algún que otro plano no muy certero. Pero aún así la idea es tan buena,la trama está tan bien llevada a cabo, sin aburrir, a un ritmo acompasado y el guión es fantástico así que se obvia cualquier otro detalle que pueda parecer no muy acertado. Además estamos hablando del año 1962.



La insatisfacción: la imposibilidad esta vez de rematar una cena decente, de culminar en las debidas condiciones un buen polvo, la incapacidad inherente de pasar de los prolegómenos en cualquier materia......; en fin, esa maldición que pesa sobre la burguesía (según Buñuel) y que convierte toda su vida en un constante "coitus interruptus", rezuma en esta obra del maño inmortal.


Y no puedes estar más de acuerdo con el maestro cuando, pasados cuarenta años desde su estreno, su retrato ha pasado de surrealista (si alguna vez lo fue) a hiperrealista. Esos señores huecos que pasean aburridos buscando, nadie sabe qué; que se perfuman con lo que ellos llaman "buenos modales" e "hipocresía"; que gustan del acercamiento de eclesiásticos y militares con pedigrí y se adaptan camaleónicamente a cualquier sistema político, convirtiéndose de inmediato en garantes progresistas o en "demócratas de toda la vida".... Esos señores, decía, siguen aquí y como mucho han cambiado de atuendo, porque ya no se llevan los trajes chaqueta del embajador de Miranda, o las faldas entalladas de la distinguida señora de Séchenal. Siguen aquí, posiblemente tan insatisfechos como aquellos, pero más hinchados, si cabe; moviéndose con elegancia entre valijas diplomáticas y platillos de cocaína, negocios inmobiliarios, listas políticas y bodas de catedral. Continúan, como garrapatas encima de los ciudadanos que les envidian, e incluso confían en ellos; pero la condena de Buñuel sigue en pie: "vagaréis infelices, como un asno tras una zanahoria y, ya que no hay justicia para vosotros, sufriréis la incomodidad de las pesadillas"

El filme se alzó con el Oscar a la mejor película extranjera, por Francia, en el año 1973 además de estar nominada a mejor guion original, también estuvo nominada al Globo de Oro. Una de las muchísimas cosas horribles que la dictadura robó a la cultura de nuestro país se llama Luis Buñuel. ¿Como es posible regalar un talento así por algo tan vil?, en aquella época en la que España era caricariturizada con toros, lentejuelas y    
catetismo, un hombre de Teruel era alabado por el mundo unánimemente como el realizador mas transgresor del cine, una auténtica personalidad,un lástima que México y Francia se llevaran su magia...


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Almas de destrucción masiva.

En los tiempos que corren de capitalismo consumista y globalizador, en el que todo tiene un precio, y del “sálvese quien pueda” exacerbado, el cine se ha convertido en una de las pocas grietas dentro del sistema por la cual hacernos llegar la voz de los más desfavorecidos, de los olvidados. De vez en cuando aparecen algunas películas en la cartelera, que compitiendo con las grandes producciones (grandes difusoras de la cultura dominante), logran hacerse un hueco en el tiempo de ocio de muchos de nosotros contándonos las atrocidades que les pasan en este mismo planeta a seres humanos como nosotros. Las tortugas también vuelan es un caso de ellos, que gracias a la obtención de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián del 2004 tuvo una notable distribución que nos permitió sumergirnos en el día a día de un grupo de niños de un pueblo de refugiados kurdos, situado en la frontera entre Iraq y Turquía.
El pueblo kurdo ha sido separado y perseguido durante gran parte de su historia. Pueblo al que pertenecen la mayoría de los actores e integrantes técnicos de Las tortugas también vuelan, incluido su director Bahman Ghobadi, que dos semanas después del comienzo de la invasión de Estados Unidos contra Iraq se decidió a realizar una película contra la guerra. Ghobadi se trasladó al pueblo en cuestión para vivir con los niños y sentirse más cerca de ellos. Intentando reconstruir en hora y media las experiencias que ellos habían pasado, ya que suelen ser los más indefensos en estos momentos. Niños que caminan sobre un suelo plagado de minas antipersona y que se ganan la vida recogiéndolas, con el gran riesgo que ello conlleva. Satélite es el mayor de todos, erigiéndose como el responsable y líder de estos, funcionando como hilo conductor para hacernos conocer el resto de personajes. La otra ocupación de Satélite es la de instalar las antenas por las cuales se recibe la única información que llega al pueblo sobre la guerra que se avecina (Las tortugas también vuelan está ambientada en los días previos a la invasión norteamericana). Información procedente de cadenas occidentales y en idiomas que solo algunos del pueblo saben chapurrear, dejando la impresión de que nosotros, que estamos tan lejos del lugar del conflicto, tenemos mayor conocimiento de los acontecimientos que suceden allí que los propios afectados.
Tal vez resulten escasos 95 minutos para contar todas las barbaridades que han pasado niños y niñas como los de Las tortugas también vuelan. La historia de cada uno queda algo aglomerada con la de los demás. Pero en los tiempos que corren una película que filma bajo la mirada de los niños más desamparados es una oportunidad para hacernos bajar de la nube de superficialidad y trivialidad al que nos mantiene acostumbrados el cine contemporáneo.

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martes, 4 de diciembre de 2012

Finales de los '80 en Brooklyn, sube la temperatura.




Haz lo que debas es una película dirigida en 1989 por el polémico Spike Lee. Fue nominada a 2 Oscar (actor secundario y guion) y a la Palma de Oro en Cannes. Deslenguada y directa, el filme trata sobre los sinsentidos y problemas del racismo en una de los barrios mas variopintos de todo NYC. Spike Lee dio la campanada con esta comedia dramática ambientada en un barrio multirracial de Brooklyn. El grueso de la acción se desarrolla en una calle en la que destacan tres negocios: una radio local llevada por un locutor charlatán que pincha buena música negra, una tienda de ultramarinos regentada por un matrimonio coreano y la pizzería de Sal (Danny Aiello, que borda el papel), el único negocio de blancos de la zona en la que también trabajan sus dos hijos (uno de ellos fantásticamente interpretado por John Turturro) y Mookie (Spike Lee), que es el protagonista e hilo conductor de la película.

La primera parte del film, en la cual la comedia predomina claramente, está dedicada al estudio y retrato de los personajes, la mayoría de ellos entrañables y bien trabajados, entre los cuales se dan unos diálogos ingeniosos y realistas. También se ofrece una simpática imagen de la cotidianeidad de un barrio afroamericano de Nueva York en un día de verano aparentemente normal. Sin embargo, hacia la mitad de la película, y a medida que va avanzando la historia, el drama va tomando protagonismo.

La película, una de las primeras de Lee, tuvo un gran éxito y sentó las bases del cine que posteriormente realizaría su autor: crítica social, diálogos inteligentes, personajes arquetípicos bien construidos… También supuso un revulsivo dentro de la sociedad norteamericana dado su mensaje directo y radical sobre las tensiones raciales en su país, tema recurrente en la obra del director, íntimamente ligado a distintos movimientos afroamericanos y a las manifestaciones culturales de esta comunidad como, por ejemplo, el hip hop, que tiene una clara representación en esta obra. 


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Laurent Cantet: enseñanza y empleo.

La clase (2008) es una película francesa dirigida por Laurent Cantet ganadora de la Palma de Oro en el festival de Cannes además de nominada al Oscar como mejor film extranjero entre otros premios. Trata sobre François, un joven profesor de lengua francesa en un instituto conflictivo, situado en un barrio marginal. Sus alumnos tienen entre 14 y 15 años, y no duda en enfrentarse a ellos en estimulantes batallas verbales; pero el aprendizaje de la democracia puede implicar auténticos riesgos. Al comenzar el curso, los profesores, llenos de buenas intenciones, deseosos de dar la mejor educación a sus alumnos, se arman contra el desaliento. Pero la abismal diferencia de cultura y de actitud chocan violentamente en las aulas, que no son más que un microcosmos de la Francia contemporánea. Por muy divertidos que sean a veces los alumnos, sus comportamientos pueden cortar de raíz el entusiasmo de un profesor. La tremenda franqueza de François sorprende a sus alumnos, pero su estricto sentido de la ética se tambalea cuando los jóvenes empiezan a no aceptar sus métodos.Una cinta didáctica, sincera y honesta. Un ejercicio sobresaliente de formato falso documental, imprescindible.

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Cantet en su film de 1999 cuenta una historia de temática laboral. A un joven universitario lo contratan como pasante en el departamento de Recursos Humanos de una fábrica situada en la campiña francesa. Lleno de ilusión e ingenuidad, está convencido de que sus esfuerzos servirán para que los sindicatos y la dirección alcancen un acuerdo sobre la jornada laboral. Sin embargo, pronto se da cuenta de que su trabajo está, en realidad, al servicio de una reorganización de la empresa, que implica una reducción de la plantilla.
"Recursos humanos" es como una moneda de plata por que tiene VALOR, es una película con sentido, es una historia que deja un mensaje claro y una advertencia para los idealistas. Pero las monedas tienen dos caras: en este caso, una cara que muestra la ingenuidad, los sueños de un joven recién salido de la universidad que quiere cambiar el mundo para bien, y la otra cara, que muestra la cruda realidad de una sociedad injusta, salvaje, hostil, deshumanizada.

Este choque entre lo aprendido en un manual de universidad y la realidad de la fábrica, esta lucha entre la clase gerencial (de la cual forma parte) y la clase obrera (de la cual forma parte su padre), lo ponen en una situación conflictiva que deberá resolver, después de todo es su tarea por formar parte de la oficina de Recursos humanos o ¿no?


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lunes, 26 de noviembre de 2012

Truffaut y la educación.

François Truffaut, uno de los mas célebres realizadores de todos los tiempos, era una persona comprometida con las historias que nos contaba. En el plano educativo sin duda dos títulos sobresalen sobre el resto, ya que ninguna película del parisino tiene desperdicio, son Los 400 golpes y El pequeño salvaje. Truffaut, aparte de la infancia, hacía hincapié también el la educación de los sentimientos, la protección de las libertades y la cultura como podemos ver en otra gran obra suya como es Fahrenheit 451 que realmente da para mención mas adelante. Un enorme talento que se desvaneció por un temprano fallecimiento con tan solo 52 años, un lugar que nunca nadie mas pudo suplantar en el séptimo arte.







Los cuatrocientos golpes fue la primera película que dirigió el francés François Truffaut y que supuso el comienzo de la denominada Nouvelle Vague, que luego cultivaría junto a Chabrol, Rohmer, etc.

La película es autobiográfica, el protagonista (un niño golpeado por la vida) está basado en la infancia del propio Truffaut. El actor, Antoine Doinel (que en esta película está inconmensurable), representaría más adelante el mismo personaje (el álter ego de Truffaut) en otras películas del mismo director.

En un principio, Los 400 golpes se concibió como un cortometraje de 20 minutos. Sin embargo, animado por sus compañeros, Truffaut reescribió la historia añadiéndole al guión anécdotas que le ocurrieron a él cuando era pequeño. Por esa razón, la película tiene una estructura muy fragmentada, donde el protagonista vive una anécdota tras otra, algo que inesperadamente le aporta mucho realismo a la película. Sin buscarlo, Truffaut hizo uno de los mejores ejercicios de cine honesto, humilde, sincero y real; paradójicamente, es exactamente eso lo que le falta al cine social de hoy en día.



Entre ficción, documental y tratado de antropología se mueve la ganadora de la Seminci de 1970, interpretada por el propio director en el personaje de Jean Itard (1774-1838), autor de los cuadernos en los que está basada la obra cinematográfica.

Durante cinco años el médico-pedagogo francés consiguió una subvención para poner en práctica un plan de aprendizaje, rehabilitación e incorporación a la sociedad del niño salvaje de Aveyron, descubierto en 1799, después de haber vivido siete u ocho años en pleno bosque, tras ser abandonado a los tres o cuatro. Víctor, que así pasó a llamarse el joven feral, sirvió a los científicos para contrastar empíricamente las ideas filosóficas y antropológicas de su tiempo respecto al ser humano y las relaciones entre naturaleza y cultura.

La traslación a las pantallas por parte de Truffaut dió gran popularidad al hecho y a las teorías de Itard del que se recuperaron sus experiencias con ciegos y sordomudos; así por ejemplo conocimos que fue el primero en establecer las bases del método de lectura Braille.
La película se ajusta con gran precisión al plan de trabajo del doctor y su asistenta, en su intento de sacar de un estado de  autismo inducido al pequeño homínido.
La época y su entorno están tan bien reflejados que pudiera parecer que ya existían cámaras grabadoras en los días de la Revolución Francesa.



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La lucha del cine social




Lo que en un principio fue un sugerente espectáculo de barraca de feria, con el paso de los años se convirtió en todo un fenómeno social, capaz de variar conductas, modas y costumbres. A estas alturas, el cine –el arte del siglo XX– aún es uno de los fenómenos culturales con mayor incidencia en el rumbo de nuestra sociedad.


El cine rastreó, desde sus inicios, argumentos de interés en la crónica social, con un deseo de buscar el “realismo” que los productores creían demandaban los espectadores. Este paso influiría, posteriormente, en otros que conjugaban una posible formación moral del individuo y los intereses económicos del productor. No obstante, el espectador tuvo muy clara –una vez superados los momentos hipnóticos del cine– cual era la pretensión realista del cine, valorando sus detalles y analizando la propuesta que se hace sin asumirla como un hecho irrefutable.


Es cierto que un determinado estilo de vida, manera de vestir y de peinar, nuevos modelos de automóviles, de decoración familiar, las urbanizaciones próximas a las grandes ciudades, la comida rápida y un sin fin de aspectos sobre los que evoluciona la vida diaria de la humanidad –occidental– llegan sin límites a las pantallas del mundo en la diversidad de historias que se generan en Hollywood [baste recordar, entre el numeroso anecdotario cinematográfico de trascendencia social, el efecto “rebeca” tras la película de Hitchcock –Joan Fontaine llevaba ese tipo de jersey–, el peinado de Veronica Lake como causante de numerosos accidentes entre las trabajadoras de las fábricas estadounidenses, o lo que supuso el torso desnudo de Clark Gable en Sucedió una noche (1934) para los fabricantes de camisetas, o los modelos automovilísticos del universo de 007, o los numerosos perfumes lanzados por actores y actrices, etc.]. El mundo del cine no se mantiene al margen de lo que ocurre en cada uno de los rincones de Estados Unidos, transmitiendo una idea local como si fuera universal; es el “american way of life”, un mensaje que va calando lentamente en las aspiraciones de los espectadores que ven con asiduidad las películas producidas en las costas californianas y neoyorquinas. En alguna medida, otras cinematografías también tienden a proyectar sobre la pantalla algunos aspectos identificables de la cotidianeidad social respectiva, aunque su trascendencia será menor.


Eran años en los que el público se fue acostumbrando a ir al cine, cuando menos, una vez por semana; quizá formaba parte del rito social, pero también era el marco apropiado para mantener una relación comunicativa entre aquellos que, por diversos motivos, no se podían encontrar a lo largo de la semana. La excesiva producción de películas y la falta de otros alicientes, convertía en rutina esa asistencia a las salas.


En los años cincuenta todo comienza a cambiar, no sólo la industria sino también la mentalidad de quienes trabajaban en el mundo del cine. Se piensa más en el público porque este ya decide seleccionar la película que va a ver; dentro de su heterogeneidad se produce para un determinado sector de espectadores, cuidando mucho más el producto final –actores, actrices, historia, ambiente, música, etc.–, porque puede ser la clave del éxito de este título concreto.

Robert Carlyle en Riff-Raff

Las costumbres y los ritos sociales van cambiando al tiempo que las ofertas de consumo se van multiplicando. Es así como se debe contemplar la siempre oportunista reacción de la industria del cine estadounidense cuando, consciente del poder y el arraigo social de ciertas minorías étnicas y la actividad de diversos colectivos en su propio territorio, inician la producción de un tipo de cine que tiene mucho que ver con esos grupos sociales.


Es el momento de tener en cuenta la necesidad de producir cine para la gente de color, para los latinos, los judíos, los grupos de gays y lesbianas, etc., abordando aquellos temas que les son propios y que, también en muchos casos, traspasan las fronteras que esos mismos contenidos plantean.


¿Cine social? De eso precisamente les hablo, y no en el sentido ideológico que la palabra social implica en los medios, sino en un sentido más abierto.


Son numerosas las circunstancias que han influido a lo largo del siglo XX en la relación del cine –espectáculo y entretenimiento– con la sociedad que lo contempla y aviva, en buena medida referidas a la convivencia, sobre la que influyen crisis económicas, inquietudes culturales, tensiones políticas, creencias religiosas, enfrentamientos generacionales, la razón de ser y existir en un marco social.