Lo que en un principio fue un sugerente espectáculo de barraca de feria, con el paso de los años se convirtió en todo un fenómeno social, capaz de variar conductas, modas y costumbres. A estas alturas, el cine –el arte del siglo XX– aún es uno de los fenómenos culturales con mayor incidencia en el rumbo de nuestra sociedad.
El cine rastreó, desde sus inicios, argumentos de interés en la crónica social, con un deseo de buscar el “realismo” que los productores creían demandaban los espectadores. Este paso influiría, posteriormente, en otros que conjugaban una posible formación moral del individuo y los intereses económicos del productor. No obstante, el espectador tuvo muy clara –una vez superados los momentos hipnóticos del cine– cual era la pretensión realista del cine, valorando sus detalles y analizando la propuesta que se hace sin asumirla como un hecho irrefutable.
Es cierto que un determinado estilo de vida, manera de vestir y de peinar, nuevos modelos de automóviles, de decoración familiar, las urbanizaciones próximas a las grandes ciudades, la comida rápida y un sin fin de aspectos sobre los que evoluciona la vida diaria de la humanidad –occidental– llegan sin límites a las pantallas del mundo en la diversidad de historias que se generan en Hollywood [baste recordar, entre el numeroso anecdotario cinematográfico de trascendencia social, el efecto “rebeca” tras la película de Hitchcock –Joan Fontaine llevaba ese tipo de jersey–, el peinado de Veronica Lake como causante de numerosos accidentes entre las trabajadoras de las fábricas estadounidenses, o lo que supuso el torso desnudo de Clark Gable en Sucedió una noche (1934) para los fabricantes de camisetas, o los modelos automovilísticos del universo de 007, o los numerosos perfumes lanzados por actores y actrices, etc.]. El mundo del cine no se mantiene al margen de lo que ocurre en cada uno de los rincones de Estados Unidos, transmitiendo una idea local como si fuera universal; es el “american way of life”, un mensaje que va calando lentamente en las aspiraciones de los espectadores que ven con asiduidad las películas producidas en las costas californianas y neoyorquinas. En alguna medida, otras cinematografías también tienden a proyectar sobre la pantalla algunos aspectos identificables de la cotidianeidad social respectiva, aunque su trascendencia será menor.
Eran años en los que el público se fue acostumbrando a ir al cine, cuando menos, una vez por semana; quizá formaba parte del rito social, pero también era el marco apropiado para mantener una relación comunicativa entre aquellos que, por diversos motivos, no se podían encontrar a lo largo de la semana. La excesiva producción de películas y la falta de otros alicientes, convertía en rutina esa asistencia a las salas.
En los años cincuenta todo comienza a cambiar, no sólo la industria sino también la mentalidad de quienes trabajaban en el mundo del cine. Se piensa más en el público porque este ya decide seleccionar la película que va a ver; dentro de su heterogeneidad se produce para un determinado sector de espectadores, cuidando mucho más el producto final –actores, actrices, historia, ambiente, música, etc.–, porque puede ser la clave del éxito de este título concreto.
Robert Carlyle en Riff-Raff
Las costumbres y los ritos sociales van cambiando al tiempo que las ofertas de consumo se van multiplicando. Es así como se debe contemplar la siempre oportunista reacción de la industria del cine estadounidense cuando, consciente del poder y el arraigo social de ciertas minorías étnicas y la actividad de diversos colectivos en su propio territorio, inician la producción de un tipo de cine que tiene mucho que ver con esos grupos sociales.
Es el momento de tener en cuenta la necesidad de producir cine para la gente de color, para los latinos, los judíos, los grupos de gays y lesbianas, etc., abordando aquellos temas que les son propios y que, también en muchos casos, traspasan las fronteras que esos mismos contenidos plantean.
¿Cine social? De eso precisamente les hablo, y no en el sentido ideológico que la palabra social implica en los medios, sino en un sentido más abierto.
Son numerosas las circunstancias que han influido a lo largo del siglo XX en la relación del cine –espectáculo y entretenimiento– con la sociedad que lo contempla y aviva, en buena medida referidas a la convivencia, sobre la que influyen crisis económicas, inquietudes culturales, tensiones políticas, creencias religiosas, enfrentamientos generacionales, la razón de ser y existir en un marco social.
Está claro que el cine influye en la sociedad, tanto como la sociedad influye en el cine. Por eso es necesario un cine en el que se refleje el modo de vida de todos los estratos sociales.
ResponderEliminarMe ha parecido muy interesante el tema de tu blog...estaré atenta a nuevas entradas.
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Saludos